El 1 de julio de 2003 un reclamo multisectorial de empleados estatales desencadeno en uno de los mayores siniestros que conoció la ciudad de Rosario.
La movilización, que había comenzado en las puertas del Sindicato de Luz y Fuerza ubicado en calle Paraguay entre Mendoza y San Juan, siguió su curso por San Luis hasta calle Buenos Aires de ahí a Santa Fe, se detuvo frente a la municipalidad, y siguió hasta la plaza San Martin, frente a la facultad de derecho, donde se concentraría el grueso de la movilización.
6 personas de luz y fuerza fueron las sospechadas de arrojar las bombas. Solo uno va a juicio. “Yo no estoy ni cerca de ser culpable, el mortero que llevo a cada manifestación es lo suficientemente alto como para evitar una cosa así” se jactaba la única persona que fue a juicio por el incendio. La justicia comprobó que tenía razón. Él no fue el culpable, o por lo menos, el culpable comprobado. Pero el edificio de la facultad ardió y el fuego más de unacosa se llevo.
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Era pleno invierno pero el clima no decía lo mismo. Martin se levanto ese día como cualquier otro, dispuesto a cursar procesal penal. Desayuno copiosamente como se sabe un estudiante debe hacer, agarro poco abrigo y partió a la facultad de derecho. El caliente viento norte confundía a las flores, las violetas de los Alpes temían que el invierno hubiese terminado, pero no, solo era un caluroso y ventoso día de invierno que no iba a terminar tan apacible como había empezado.
Margarita había trabajado, como de costumbre, desde temprano en el museo Gallardo, establecido en la planta alta del antiguo palacio de justicia, hoy la facultad de derecho. Como directora del mismo, primero daba una recorrida a ver a todos en orden; después ayudaba a limpiar el guano de las vitrinas que provocaba la colonia de murciélagos que aun habita el edificio, una de las más grande de Latinoamérica. Y finalmente atendía cuestiones administrativas. Pero esa mañana todo termino antes de lo habitual, “más o menos a las 10 de la mañana tuvimos que cortar, los estruendos no dejaban trabajar”.
Amanda, en esos días secretaria del consejo directivo de la facultad de derecho, ya estaba cansada de las bombas. No podían ni hablar por teléfono ni atender a la gente en el lugar. La manifestación multisectorial en la plaza de enfrente estaba haciendo más barullo que las anteriores. Pero no quedaba más que seguir con lo propio, trabajando y aguantando el quilombo.
Para Edgardo, por ese entonces Secretario de relaciones Institucionales, también había sido una mañana regular. Acostumbrado a las manifestaciones en la plaza de enfrente, aunque esta vez un poco más ruidosa, trabajo como de costumbre en su oficina. Hasta que después de un café y un cambio de ficha en el parquímetro, el panorama había cambiado.
La mañana del 1 de julio que había sido un poco más revoltosa y mucho más ruidosa se transformo en un medio día bastante más caótico y preocupante. Pasada la una y media de la tarde ya era momento para que muchos abandonaran su lugar de trabajo. Pero las circunstancias obligarían a tomar otro curso.
Amanda se estaba por ir de la oficina cuando recibe una llamada a su interno de una profesora que le decía “veo humo que sale de esa esquina”,- de Moreno y Santa Fe- , “¿cómo humo?”, preguntaba Amanda, “si veo humo de esa esquina, llama a los bomberos”. Sale corriendo a la galería que da al patio, levanta la cabeza hacia la cúpula que da a calle Moreno y ve el humo, no lo puede creer, corre a llamar a los bomberos. No tardan en llegar, pero cada minuto son horas en momentos como ese. “En toda esta parte de abajo estaba alumnado, pilas de documentos importantísimos que no dábamos a basta en sacar, estábamos desesperados”, recuerda Amanda. “¿Se perdieron muchas cosas?”, pregunto, “no, por suerte salvamos casi todo”.
Para Margarita el saldo no fue tan benévolo. De las 13mil piezas con las que contaba el museo, solo se salvo el 20 por ciento. Recién había llegado de vuelta a su casa cuando la llamaron del museo. “¡Se está prendiendo fuego!”, le avisaron. Sin poder creerlo, volvió desesperada adonde hasta ese día había sido su lugar de trabajo. Verlo en llamas es algo que jamás olvidara. Como pudo, algo intento sacar. Pero el edificio era una hoguera, sobre todo el sector del museo. No solo el mobiliario y la construcción en general era muy inflamable, sino que también las piezas de animales disecados funcionaron como combustible certero para un fuego que gracias al viento no se propago para el otro lado.
Edgardo, que había salido a renovar la ficha del parquímetro y de paso se tomaba un café, quedo perplejo al ver desde la plaza como todo ardía. “Hacía poco se había remodelado toda esa zona que se prendió fuego, se habían arreglados los techos y remodelado en general, no podía creer que estuviera pasando”, se lamenta.
Si en algo coinciden todos, además de que fue una desgracia con suerte, es en que se genero un espíritu colectivo, cooperativo. “Docentes, no docentes, alumnos, vecinos, todos ayudaban a rescatar lo que se podía”, recuerda Martin, quien en medio de una cadena humana para sacar libros se quedo con unas zapatilla en la mano. “Entro por una ventana a ayudar a un profesor que gritaba por los libros, en eso ayudo a entrar a otro pibe, yo todo acelerado, me quede con la zapatilla del pibe en la mano”, recordaba hoy con simpatía.
Amanda después de cansarse de ayudar a sacar cosas, fue una de las personas que desde la plaza, miraba las últimas lenguas de fuego y el humo mientras más de una lágrima corría por su mejilla. El paisaje era de terror, como una pesadilla que nadie espera vivir. Pero ahí estaba, sucediendo.
El horario de partida se olvido. Todos quedaron ayudando hasta que bajo el sol. Aun con el fuego extinguido seguían llegando bomberos de ciudades vecinas. Había que hacer guardia, no se sabía si el fuego se podía volver a encender.
Al otro día empezaban las vacaciones, lo que ayudo al personal a acomodarse un poco más. A media máquina se volvió a clases después del receso. Un poco apretados pero más organizados según ellos dicen.
Hasta el día de hoy continúan los trabajos de remodelación. Yo di vueltas por ahí y aunque se arregle y hasta quede mejor, hay algo en el aire que se perdió, que se esfumo.
mJuliaOrso